"Respeto" se titula el nuevo artículo de nuestro director legal, Herman Duarte, publicado en La Prensa Gráfica este 13 de agosto del 2020.
El año entrante tendremos 200 años como Nación, y aún no logramos ponernos de acuerdo en cuestiones elementales, aún existen desigualdades que nos colocan más en el cuarto mundo que en la ruta del primer mundo. Aún en 2020, hay personas que creen que descienden de un abolengo, de una genealogía superior, creando sistemas de castas tan clasistas y discriminatorias; como absurdas y ridículas.
Así leímos los inmerecidos insultos al nuevo ministro de Hacienda, señalándolo de "indio", quien dignamente los puso en su lugar. Fuimos testigos de altos cargos públicos que se apoyan en la clásica jugada del libreto de tácticas sucias, de esparcir rumores de "homosexualidad" del rival, para intentar descalificar a otro, como si tuviera algo de malo ser homosexual. Navegamos entre las metáforas de desprecio que emanan del más alto nivel político, que llevan al rival mundo de lo grotesco ("lacras") a lo vulgar y hasta lo canalla. Esto último, anclado en la visión moralista de la sexualidad, que proscribe el placer, el sexo no reproductivo, no marital y que no calza en la visión Victorial de la sexualidad.
Esto que se ve desde las altas esferas del poder, como una cascada, permea los diferentes niveles de la sociedad, llegando a ciudadanos que recurren a denigrar a mujeres llegando a señalarlas de "perras" hasta "tóxicas" por el mero hecho de tener una opinión disidente a la suya o de sus benefactores. Esto está mal y es momento de hacer un llamado al RESPETO. Ya basta de estos choques de todos los días. Suficiente tiene la sociedad con navegar en estos mares de irrelevancia de información, escapar a la muerte y sufrir a cuentagotas por la falta de oportunidades; para soportar una polarización perpetua.
Todas las personas merecen respeto: no importa el partido o el equipo de fútbol. No "deben ganárselo", ya lo tienen por el mero hecho de ser personas, por ser seres humanos. Lo que se puede ganar alguien es la admiración, que es un atributo –si es que puede llamar así– que traslapa con el respeto, pero a un nivel mayor, como en grado de evolución. Pues no se puede admirar a alguien, sin respetarle; pero sí se puede respetar a una persona, sin admirar. Tardamos miles de años para entender lo que culminó con la Declaración Universal de los Derechos Humanos: todas las personas son creadas iguales en dignidad y derechos. Recibir un trato respetuoso es derecho de todas las personas; y obligación de todas. Ese es el mantra sagrado básico para vivir en sociedad.
Las personas que ostentan una posición pública tienen una responsabilidad mayor en conducirse con respeto hacia sus colegas y el resto de la sociedad. Al ser figuras que representan en diverso grado al Estado, se espera que tengan la capacidad de disentir, de expresar su postura contraria a los demás, sin enojarse, sin gritar, sin insultar, sin dañar, sin humillar, sin denigrar. Pues son ejemplo para el resto del país y la comunidad internacional.
Imagine por un momento, el mensaje o ejemplo que recibe un niño o niña, que se entera de que las personas con las posiciones más importantes del país, cuando no acuerdan con su contraparte algo, se dedican a denigrar a los demás. ¿Qué harán cuando un evento de desacuerdo se presente en su vida? Posiblemente lo mismo. Esto, a escalas masivas, eleva el nivel de tensión societaria, disminuye la calidad de vida, eleva el estrés y da una sensación de constantes choques y polarización.
Un compromiso auténtico a crear una cultura de respeto, a debatir de manera que se pueda disentir sin crear caos, debe ser impulsado por los presidentes de los 3 poderes fundamentales e instituciones autónomas. Es momento de brillar, que no pasen otros 200 años lleno de lamentos.