"Isabel y Megan, una Historia Real" se titula el nuevo artículo de nuestro director legal, Herman Duarte, publicado en La Prensa Gráfica este 1 de diciembre del 2020.
“Después de cambiarle el pañal, sentí un fuerte calambre. Me dejé caer al suelo con él en mis brazos... Sabía, mientras abrazaba a mi primogénito, que estaba perdiendo al segundo...” Megan Markle, duquesa de Essex, cuenta cómo a sus 39 años experimentó la dolorosa situación de una pérdida espontánea. A pesar de esa adversidad, tuvo la fortuna (literal y figurada) de contar con el apoyo de su esposo: “Horas más tarde, yacía en una cama de hospital, sosteniendo la mano de mi esposo... Traté de imaginar cómo nos curaríamos”.
Isabel, con 18 años de edad y con la experiencia de haber tenido a su primer hijo a los 16 años, vivió lo mismo que la Duquesa de Essex y utilizó estas palabras: “Cuando me senté en el inodoro, sentí un dolor tan horrible pero como que me estaba asfixiando pero de aquí (...) Cuando yo siento el dolor, quise levantarme y yo no pude, y yo sentía que me estaba ahogando, que me estaba muriendo, de un solo se me salió algo. En ese momento no sé, (...) sentía que como cuando te están cortando la respiración y uno se queda así sin aire. Yo sé que perdí el conocimiento porque de ahí no me recuerdo hasta que yo estaba ya sentada y estaba llena de sangre en una silla en la sala. Luego me llevaron al hospital,...” (Centro de Derechos Reproductivos y Agrupación Ciudadana para la Despenalización del Aborto, 2013:28).
A diferencia de la realeza británica, la realidad salvadoreña para una persona de extrema pobreza marca un destino completamente diferente, en palabras de Isabel: “luego me sacan de legrado, y me dejan en una camilla, todavía estaba en el quirófano, [veo un] vestido de azul y una mujer. Entonces veo la placa, y vi que era un agente de la policía, y... ‘¿Vos sabés que estás arrestada ahorita?’ Entonces yo me quedé así, ‘arrestada’. (...) Yo no estaba preparada para estar contestando un interrogatorio...”
En estas narrativas podemos ver cómo la humanidad de estas dos mujeres se conecta a partir de la emoción del dolor (Ahmed, 2014: 27) y cómo a través de dicha sensación, es posible separar los cuerpos del feto, de la mujer que lo porta, y de conectar realidades inconexas que se unifican por el elemento humano alrededor del dolor (corporal) y el sufrimiento (emocional) por el trauma (físico y psíquico) de perder al ser añorado. Por un instante, se disipan las realidades infinitamente distintas de Isabel y Megan.
La gran diferencia radica en el apoyo que recibió cada una de la sociedad en donde está adscrita: A nadie se le cruza por la mente que Megan será procesada (y por ende, revictimizada) por haber perdido al “fruto de su vientre”; pero en El Salvador, desde 2000, un aproximado de 129 mujeres han sido procesadas por los delitos de aborto u homicidio agravado (encuadrado como “infanticidio”), con penas que oscilan entre dos y cuarenta años de prisión (Peñas-Defago, 2018: 96), lo cual abre la pregunta: ¿Es justa esta respuesta ante un “misscarriage”? ¿Conocen mujeres que han sido procesadas por lo mismo que Isabel? ¿Esta respuesta cambia dependiendo de su estado socioeconómico? ¿Es justo llevar a la cárcel a mujeres pobres por pérdidas? Yo creo que no y lo que es injusto debe cambiar.