"Dos señores: el Código Civil y el Señor Poker" se titula el nuevo artículo de nuestro director legal, Herman Duarte, publicado en La Prensa Gráfica este 1 de Junio del 2021.
Columna escrita por nuestro director legal Herman Duarte - Abogado y escritor
El Código Civil nos dice que existen las personas naturales y las jurídicas. Las naturales se refieren a un humano (homo sapiens); las jurídicas, a sus diferentes tipos de sociedades, asociaciones y fundaciones. Todo lo que no es persona, significa para el mundo legal, que se trata de un objeto. Por ejemplo, una licuadora es vista como un objeto, pero también los animales y las plantas. El Código Civil explica que las personas pueden ser dueños de los objetos lo que implica tres facultades: el uso, goce y disposición (que incluye el poder de destrucción). Con lo que respecta a los animales y medio ambiente, el marco legal les da unas protecciones adicionales, pero como sabemos, son limitadas.
Pero este marco conceptual, de hace dos siglos (viene del Código Civil chileno de 1855), produce una disonancia ya que existimos millones de personas naturales que amamos a "personas no humanas", y digo persona, por cuanto los animales tienen atributos de la personalidad: sienten, se emocionan, lloran, sufren y tiene carácter. Por ello, creo que requiere actualizarse el Código Civil, con el fin de incluir una tercera clasificación: la de personas no humanas. Este concepto no es un invento mío, es un trabajo de empuje por los derechos animales que viene desde hace décadas. Un ejemplo del reconocimiento jurídico de sujeto de derecho a un animal lo encontramos en una interesante decisión argentina (Sentencia de la Cámara Federal de Casación Penal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de 18 de diciembre de 2014) que lidió sobre los derechos de Sandra, una orangután(a) que era maltratada y que se le ordenó la liberación de donde se encontraba. Esta sentencia rompe con el antropocentrismo (al igual que la que recibió Shell este año con relación al cambio climático en el Reino de Países Bajos) que nos está llevando a un auténtico despeñadero.
Durante los últimos 3 años, mi perro de compañía, estuvo conmigo todo el tiempo, literalmente todo el tiempo. Lo llevaba a reuniones de trabajo: sean en oficinas, residencias de embajadores, a eventos sociales como fiestas, salidas con amigos, si hasta el cine iba conmigo. El Señor Poker se adaptaba a estos ambientes: esperaba con amabilidad y calma, pacientemente y junto a mí, sin crear ningún problema (siempre me jactaba de que era una persona más educado que otras personas); o era alegre, tierno y cariñoso con mis amistades. Me acompañó, también, cuando estaba simplemente en mi computadora, pidiéndome un abrazo de vez en cuando o salir a caminar. Hice cosas maravillosas junto a él: demandas para mis clientes, así como por los derechos humanos, mi primer libro, columnas de opinión (como esta que se la dedico a mi querido bebé), planeamos decenas de conferencias. Su presencia gentil, mágica y amorosa hizo que mis días fueran mejores, por eso estoy tan triste por su pérdida el jueves pasado.
Pero el Señor Poker, al igual que todas las mascotas (por si usted también ha perdido a estos familiares) tienen una misión espiritual en esta vida que cumplir. Yo agradezco su cariño y su gran último acto, que implica esta purga de tristeza que se acumula con el paso de los años y que hoy, producto de su partida (se la lleva con él), sale de mi cuerpo con un aluvión de lágrimas que explota sin control. Estas sensaciones que experimento implican el precio del amor y la maravilla de ser persona, como usted, como él y como yo.