"La información es conocimiento; y el conocimiento es poder" (Bacon en Garton, 2016: 25). Pero ¿y si la información que estamos recibiendo es engañosa? ¿Manipulada? ¿Falsa? ¿Qué pasa si la información transmitida, basada en la ciencia, es inexacta? Esa es la paradoja de la sobreabundancia de información, donde las puertas del conocimiento permanecen cerradas (Nichols, 2017: 25; Zuboff, 2018: 506-508).
Un factor crítico para la propagación de la ignorancia es la plataforma cultural en la que la sociedad global descansa su estructura: el entretenimiento. En el ensayo de 2012, "La Civilización del Espectáculo", Vargas Llosa con su recién galardonado con Nobel en literatura, explicó que tener el "entretenimiento" como valor supremo de la sociedad, o el "apetito casi infinito por las distracciones" (Huxley, 2000: 31), produjo un cambio cultural que facilitó la proliferación de tabloides que alimentan la casi insaciable necesidad de chismear (Vargas Llosa, 2012: 194).
Esa sobreproducción de información sin contenido representa la amenaza de ahogar al mundo en un "mar de irrelevancia" tal y como en el año 1958, Huxley advirtió (2000: 32). Esa necesidad de entretenimiento dejó al margen la profesionalidad periodística (Nichols, 2017: 273; Zuboff, 2018: 507; Vargas Llosa, 2012; Christensen, 2008) y contribuye a la atmósfera pujante de desinformación, provocando un crecimiento exponencial de la ignorancia debido a la ausencia de información de calidad (Proctor, 2008: 6).
La instauración de políticas que promueven la presentación de un "equilibrio" en las historias –que surge del principio de "equivalencia sin igualdad"– resulta, a veces, en frívolos debates de hechos incomparables, proporcionando una plataforma para los defensores de los derechos humanos, teóricos terra-planistas y negadores del cambio climático, la oportunidad de legitimar sus posiciones. No todos los lados de la historia tienen un punto válido (Galison & Proctor, 2019: 37; Oreskes & Conway, 2011: 529,534; Nichols, 2017: 31,38,225). Esos principios dan vida a las aspiraciones anti intelectualistas, cuyos mantras son perfectamente capturadas por Asimov: "mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento" (Asimov en Nichols, 2017: 22).
En cualquier caso, este es un rasgo característico de la política de la pos-verdad, donde el "elitismo competitivo" (Schumpeterian en Susskind, 2020: 219) gobierna el escenario político. Eso significa que el enfoque principal del político se basa en la popularidad de sus acciones, no en el bien real que pueden generar. Como consecuencia, prevalece la apelación a las emociones y la formación de cámaras de eco, lo que socava el carácter deliberativo de la democracia (Susskind, 2020: 230; Frischmann & Selinger, 2018: 235,279; Fukuyama, 2018: 180).
Es un hecho que el mundo actual, con la abundancia de información que existe, se vuelve más complicado distinguir la verdad de la mentira. Algunos podrían deducir esto como una consecuencia del posmodernismo (Seale, 2018a: 18; Sacks, 2020: 164-171; Prasad, 2020: 300; Vargas Llosa, 2012: Ch.3). Otros podrían encontrar la razón del diseño de las plataformas de redes sociales y los principios, como la "indiferencia radical", que las inspiran (Zuboff: 2018: 506-508; Susskind, 2020: 230,238).
Sin embargo, en cualquier caso, es dentro de esta infraestructura cultural, donde políticos como Donald J. Trump consolidan su poder. Un espectro donde se utilizan herramientas sociales como Twitter para alterar hechos (Rutledge, 2020: 4; Ott, 2017; Aguilar, 2019; Pain & Masullo, 2018; Navas, 2020; Esberg, 2020; Ruíz-Alba & Mancinas-Chávez, 2020; Sacks, 2020: 192), donde se deslegitima la crítica, se acogen los mitos (Finchelstein, 2020: 2,7), y la promoción de la mentira se hace de forma natural, con total impunidad y sin remordimientos.