"33" se titula el nuevo artículo de nuestro director legal, Herman Duarte, publicado en La Prensa Gráfica este 2 de marzo del 2021.
De manera improbable, llegué a la edad de Jesucristo. A mis 33, me siento satisfecho, relajado y conectado. Me gusta tomar el sol, conocer healers, pasear con mi perro, correr por una hora, aprenderme las letras de las canciones, escribir rítmicas columnas, dar claridad de pensamiento a mis clientes, levantar espíritus caídos, hablar por teléfono, reír hasta llorar y añoro comer sin engordar. Más de una vez he estado de ánimos caídos y tomo unos minutos de mi día para agradecer a aquellas personas que me han ayudado a levantarme. Así como quienes me han enseñado, con conocimiento, empatía o perdón. Sin estas personas, no sería posible celebrar esta mística edad.
Dije improbable, al principio de esta columna, porque más de alguna vida me he comido. Esto abre una gran pregunta: ¿Por qué no me morí ayer? ¿Será que tengo una razón por la cual estoy en este mundo? Cuando hablé con esa señora que le inyecté un poco de confianza, o le di claridad a aquella alma enamorada con rumbo a Los Ángeles... Me parece que sí. Sí tengo una razón de estar con vida en este momento: dar claridad y empoderar a otros. Y si usted está leyendo esto, le tengo una buena noticia, usted también tiene un propósito de vida. Si se siente aburrido (como me ha pasado tantas veces) es porque no está moviéndose sobre esa pista de baile que se llama propósito.
Para encontrar ese motivo que hace trascender la vida humana, cabe regresar a esa pregunta de partida: ¿Por qué no se murió ayer? Hágase esa pregunta, sin tragedia, ni drama. Y la puede amarrar con otra: ¿Qué ofrece a la vida? Juntando esas dos respuestas, delineará las bases de su propósito y trabajando sobre ese molde, podrá activar lo que Aristóteles denominaba como la eudaimonía. Con propósito me refiero a ese extra que nos hace sentir vivos, vibrantes, ese algo que no se compra con dinero y que solamente se activa cuando se mueven fibras que traslapan nuestro cuerpo emocional, mental y espiritual. Eso que se traduce en una satisfacción que cuesta definir, pero que cualquier persona puede experimentar.
A mis 33, no solo paso divagando sobre cómo reconectar con el propósito, ese fuego cálido que no quema (a diferencia de la pasión). También, me gusta pensar en cosas variadas, como lo hablaba con un mago vegano con el que compartí el otro día y cuestionaba: ¿cuál será el impacto en la violencia machista el hecho que los taxis sean rosados en México? ¿Será este un "nudge" (Sunstein, 2008) intencionalmente creado? O en la fragilidad del destino, cómo puede cambiar de rumbo con algo tan aleatorio como una interpretación de un evento... imagine, estimable lector, por un minuto, las millones de cartas que no fueron respondidas por sus destinatarios: ¿Habrá sido por un problema del correo postal? ¿Será que el cartero la entregó en el buzón incorrecto? El mundo secreto de las cartas sin abrir me parece fascinante. Pero no tan fascinante como la sincronicidad (Jung, 1960) que ocurre en la cotidianidad de la vida, que muestra que existe un puente entre la mente y lo que se materializa en la realidad; y, que nos deja evidencias para confiar en que existe algo más grande que nuestras vidas conscientes, que acá estamos de paso y que en la medida que podamos, hagamos lo mejor que podamos con lo que ofrecemos.
Gracias, LPG, por esta década que llevo escribiendo con ustedes, a su salud (y a la mía).